Existe una grave crisis de masculinidad en la sociedad de hoy en día. Es una crisis evidente que nunca antes se había visto. Esta crisis se debe, en gran medida, a la ideología de género que está tratando de redefinir la concepción histórica y tradicional de lo que significa ser hombre y lo que significa ser mujer.
Todos deberíamos entender lo que significa ser hombre, pero estamos expuestos de forma constante a muchas imágenes y representaciones distorsionadas, las cuales están creando confusión sobre la masculinidad y la feminidad auténticas. A su vez, esto está creando una crisis de identidad y vocación, que pone en riesgo la salvación del individuo y de las familias.
La verdadera batalla es espiritual
Esta crisis está siendo impulsada no solo por movimientos ideológicos, políticos y sociales, sino, sobre todo, por las fuerzas del mal. En Efesios 6,12, San Pablo asevera: “Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en el aire”. Los espíritus malignos que habitan en el mundo lideran una guerra diabólica contra la humanidad, en especial contra el hombre por ser el jefe y el líder espiritual de la familia.
En la exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia, el papa Francisco explica que “la Trinidad es Padre, Hijo y Espíritu de amor. El Dios Trinidad es comunión de amor, y la familia es su reflejo viviente”. En otras palabras, la familia es el reflejo de la comunión perfecta que existe en la Santísima Trinidad. Por eso, al atacar a la familia, se ataca indirectamente a Dios, se desestabiliza la sociedad, se relativizan los valores morales y, al final, el hombre se aleja de Dios. Esta batalla fue advertida por Sor Lucía, una de las videntes de Fátima. En una carta enviada al Cardenal Carlo Caffarra, Sor Lucía indica: “La batalla final entre el Señor y el reino de Satanás será acerca del matrimonio y de la familia”.
Qué significa ser hombre
Los grupos ideológicos, en especial los grupos feministas, postulan que la concepción de ‘hombre’ es una construcción cultural, discriminatoria y tóxica y, por ende, debe erradicarse para ofrecer igualdad de género. Destacan los estereotipos negativos como el machismo, el patriarcado, el dominio masculino sobre la mujer y la violencia contra las mujeres y las personas homosexuales, como justificación para redefinir lo que significa ser hombre.
Sin embargo, una masculinidad auténtica, iluminada por la fe cristiana, excluye por naturaleza todos esos estereotipos y características negativos. En efecto, cuando se entiende correctamente, la masculinidad es el fundamento de la identidad, la misión y la vocación del hombre. En otras palabras, si no entendemos propiamente qué significa ser hombre, no podremos entender cuál es nuestra misión y vocación a la que hemos sido llamados.
En la Audiencia General del 12 de marzo de 1980, San Juan Pablo II explicó lo siguiente: “Según Génesis 4, 1, el misterio de la feminidad se manifiesta y se revela hasta el fondo mediante la maternidad, como dice el texto: ‘la cual concibió y parió’. La mujer está ante el hombre como madre, sujeto de la nueva vida humana que se concibe y se desarrolla en ella, y de ella nace al mundo. Así también se revela hasta el fondo el misterio de la masculinidad del hombre, es decir, el significado generador y ‘paterno’ de su cuerpo” (énfasis agregado).
Según San Juan Pablo II, la masculinidad está directamente vinculada con la paternidad. En otras palabras, ser hombre significa ser padre o potencial padre. Puede entenderse como padre biológico o, bien, como padre espiritual (p. ej., sacerdote, o incluso mentor, guía, amigo). Todos los hombres, ya sean niños, jóvenes, adultos o mayores, ya sean casados, solteros o consagrados, están llamados a la paternidad. El error que se comete es creer que la paternidad puede reducirse a una función meramente biológica, es decir, solo engendrar un hijo.
El otro error es pretender que se puede ser padre y madre al mismo tiempo, o que ser padre se reduce a una simple tarea que puede ser realizada por otras personas. La paternidad es más que eso y, como mínimo, supone protección, crianza, cuidado, liderazgo espiritual, formación moral y sustento de los hijos que ha engendrado. Pero, sobre todo, ser hombre conlleva representar la paternidad de Dios.
El hombre revela y revive la paternidad de Dios
Según Juan Pablo II, en Familiaris consortio, el hombre revela y revive “en la tierra la misma paternidad de Dios”. Es decir, cuando ejerce una paternidad autentica (ya sea biológica o espiritual), el hombre muestra a sus hijos la imagen de Dios Padre y lo representa en la intimidad del hogar. Por el contrario, la ausencia de una auténtica figura paternal en la vida de los hijos distorsiona la imagen de Dios. Cuando el hombre ejerce una paternidad de forma diluida, violenta, autoritaria o esquiva, se distorsiona la imagen de Dios, lo que afecta de forma adversa a los hijos a nivel psicológico, social, económico y, sobre todo, religioso.
Las repercusiones a nivel psicológico, social y económico en los adolescentes y las familias incluyen mayor índice de criminalidad y delincuencia juvenil, consumo de sustancias, bajo rendimiento escolar, relaciones sexuales prematrimoniales, nacimientos fuera del matrimonio, mayor número de familias monoparentales, confusión de orientación sexual, abuso infantil, pobreza, personas sin hogar, participación en pandillas, riesgo de intentos de suicidio, conductas disruptivas, baja autoestima, entre otras.
Por otra parte, la repercusión religiosa principal que puede causar la ausencia de una auténtica figura paternal es el rechazo de Dios y el posible ateísmo por parte de los hijos. Esta es la hipótesis que presentó en 1999 el psicólogo Paul Vitz en su libro Faith of the Fatherless: The Psychology of Atheism (La fe de los huérfanos de padre: la psicología del ateísmo).
Paul Vitz postula que uno de los posibles efectos en los hijos que crecen sin su padre es rechazar o dudar en la existencia de Dios, lo cual, en muchos casos, puede llevar a un ateísmo intenso. Según Vitz, “la decepción y el resentimiento de un ateo hacia su propio padre justifica inconscientemente su rechazo de Dios”. En otras palabras, los hijos pueden proyectar en Dios el resentimiento o el odio que desarrollen por sus propios padres.
A esta hipótesis Paul Vitz la llamó la hipótesis del ‘padre defectuoso’, y se basó en un modelo de estudio probabilístico de figuras importantes que contribuyeron al desarrollo del ateísmo, como Voltaire, Thomas Hobbes, David Hume, Nietzsche, Bertrand Russell, Joseph Stalin, and Sigmund Freud. El factor común entre estas figuras ateas es que crecieron sin su padre o su padre los abandonó, los descuidó o los maltrató de niños.
Cristo como modelo perfecto
Todos los hombres necesitamos un modelo a seguir que nos muestre lo que significa ser hombre, incluso aquellos que tuvieron un buen padre que los acercó a Dios a través de su ejemplo de vida. Cristo es el modelo perfecto de masculinidad y paternidad. El Concilio Vaticano II, en la constitución pastoral Gaudium et spes, enseña: “Cristo, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”. Dicho de otro modo, la Iglesia instruye que debemos buscar a Jesucristo para hallar el significado de lo que significa ser hombre.
Dios Padre envió a su único Hijo para la salvación de todas las almas. Cristo cumplió su misión por medio del triple oficio mesiánico, a saber, sacerdote, profeta y rey. Como sumo sacerdote, Cristo se ofreció en perfecto sacrificio como víctima en la cruz por la salvación de toda la humanidad. Como explica el Catecismo en 1544-1545 y según 1 Timoteo 2, 5, Jesús es el único “mediador entre Dios y los hombres”. Jesús es profeta, pues es la mismísima Palabra de Dios encarnada y ofrecida a los hombres; además, Jesús predicó y enseñó el mensaje de reconciliación de Dios. Por último, Jesús es rey porque es el ungido de Dios. “Tú lo has dicho, soy rey”, le dijo Jesús a Poncio Pilato (Mt 27,11). Cristo es Rey y Señor del Universo. Por haber sido obediente hasta la muerte y haberse hecho servidor de todos, fue exaltado por el Padre, que sometió a Él todas las cosas.
También el hombre es llamado a la salvación de las almas, pero ciertamente en un sentido analógico y distinto al de Cristo. La misión de Cristo es universal, ya que consiste en la salvación de toda la humanidad. Como esposos o padres, Dios nos ha encomendado, por así de decirlo, la salvación de nuestra familia; es decir, su cuidado, protección y custodia. Al recibir la gracia de Cristo en los sacramentos del Bautismo y del Matrimonio, el esposo o el padre comparte la gracia de la muerte y la resurrección de Cristo con su esposa y sus hijos.
Ejercemos la función de sacerdocio común al guiar a nuestra familia en el camino hacia la santidad, al orar por nuestra familia, al acercar a nuestra familia a Dios, a la Iglesia y a los sacramentos. Ejercemos la función de profeta al ser los portadores del mensaje de Dios, al inculcar y enseñar la fe católica a nuestros hijos y familia, al corregir con caridad, firmeza y afecto cuando es necesario, al ensenarles lo bueno y lo malo, al denunciar ideologías contrarias a nuestra fe.
Por último, desempeñamos la función de rey de Cristo al ser la cabeza espiritual de nuestra familia. Este liderazgo se ejerce siempre de forma cristiana, con caridad; no al estilo del mundo, autoritario, violento o abusador. La obligación del padre o del esposo de guiar a su familia con santidad no es un llamado a la dominación, sino al servicio abnegado y a la entrega total, de lo cual San José en nuestro ejemplo principal.
La paternidad es un llamado a la santidad
En la celebración de la Santa Misa, al recitar el Gloria, afirmamos que Cristo es el único santo. Al seguir la vocación a la paternidad, el hombre es llamado a imitar la santidad que llevó a Cristo a entregarse por completo y por amor a toda la humanidad. En última instancia, pues, la paternidad es un llamado a la santidad. El ejemplo de Cristo nos muestra que la santidad consiste en el don radical de entregarse a los demás, en particular a nuestra esposa e hijos.
En Efesios 5,25-29, San Pablo recuerda a los hombres el principio de la entrega como don total en el matrimonio: “Maridos, amen a sus mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra. y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada”.
La paternidad es la misión que permite al hombre entregarse sin reservas y sin condiciones. Por ende, es a través de la paternidad, ya sea biológica o espiritual, que los hombres encuentran su mayor felicidad terrenal y su realización plena como hijos de Dios. Pero, sobre todo, es a través de la paternidad, que Dios santifica a los hombres. Por el contrario, eludir la paternidad es un error, ya que es renunciar a la vocación a la santidad; es decir, es renunciar a ser santo.