¿Los católicos adoran a la Virgen y a los santos?
Un intento de explicar las distintas formas de culto en la Iglesia católica
No pocos fundamentalistas y críticos acusan a los católicos de “adorar” a la Virgen María y a los santos y de cometer idolatría al hacerlo. También dicen que los católicos “adoran” a las imágenes o estatuas. Esto es evidentemente falso y, por eso, es importante comprender las distintas formas de adoración y veneración en la Iglesia católica.
La teología católica propone tres términos generales para distinguir entre estas formas de culto, a saber, latría, dulía e hiperdulía. Aunque muchos hermanos protestantes no las acepten, estos términos nos ayudan a dejar claro cuál culto se le debe ofrecer a Dios y cuál no.
Culto de latría
La Iglesia siempre ha sido clara en que solo debemos adorar a Dios, ya que solo Él es nuestro “Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe” (Catecismo de la Iglesia católica, 2096). Jesucristo, citando el libro del Deuteronomio, enseñó que el primer mandamiento nos obliga a adorar a Dios: “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto” (Lucas 4,8).
A este acto de adoración se le conoce como latría absoluta y únicamente se le ofrece a Dios (en las tres personas divinas), según explica la Iglesia en el numeral 66 de Lumen gentium. El término latría proviene del latín latria y éste del griego latreia, que significa “adoración” o “culto” dado absolutamente a Dios.
Debemos adorar a Dios Padre porque reconocemos que Él es la fuente y causa eficiente (primera) de todas las cosas. Todo lo que existe depende de Dios y está sometido a Él. Por lo tanto, el ser humano no puede mantener una actitud de indiferencia ante Dios, que es infinitamente perfecto, ni adorar otra cosa que no sea Dios. Rendir culto de latría a una criatura u objeto es idolatría, y la Iglesia lo condena.
El culto de latría absoluta también se le debe a Dios Hijo, Jesucristo nuestro Señor, ya que Él es verdadero Dios y verdadero Hombre y es la segunda persona de la Santísima Trinidad. Según san Pablo, ante el nombre de Jesús toda rodilla debe doblarse “en los cielos, en la tierra y en todos los abismos” (Filipenses 2,10). Este es un acto de adoración absoluta.
Además, según el evangelista san Juan, Cristo exige la misma honra y adoración que se le ofrece a Dios Padre: “Porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado” (Juan 5,22-23). También el culto de latría absoluta se le tributa a la Sagrada Eucaristía porque en ella Cristo mismo está real y verdaderamente presente bajo las especies de pan y vino.
Los católicos también adoramos a Dios Espíritu Santo, ya que Él es la tercera persona de la Santísima Trinidad, que es un solo Dios. Esto lo recitamos en el símbolo de la fe: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria”. La Iglesia católica reconoce en las personas divinas al único Dios verdadero.
Por último, la teología católica hace una distinción entre el culto de latría absoluta y el culto de latría relativa. La latría relativa se tributa a las imágenes y reliquias de Jesucristo u objetos que tengan alguna relación con Él. Por ejemplo, los católicos adoran la Santa Cruz el Viernes Santo.
Las imágenes o reliquias no reciben el culto de latría por si mismas, sino por el misterio divino que representan. No se les reconoce ningún poder ni divinidad; por eso se les tributa el culto relativo. Solo Cristo es quien se merece y recibe el culto de adoración absoluta.
Culto de dulía
La Iglesia ha venerado a los santos y los ángeles de Dios desde la antigüedad. La veneración no es lo mismo que la adoración, aunque la mayoría de los hermanos protestantes crean que lo es.
El punto más importante que se debe mencionar es que el culto de veneración a los santos y los ángeles (incluido el culto a la Santísima Virgen María) difiere formal y esencialmente del culto divino (latría) que solo se le ofrece a Dios todopoderoso. En la teología católica, el culto de veneración a los santos (incluidos los beatos) y a los ángeles se le llama dulía.
En su Manual de teología dogmática, el padre Joseph Pohle, S.J. indica lo siguiente: “La distinción entre dulía (incluida el culto de hiperdulía) y latria es tan vasta como el abismo que separa a la criatura de su Creador”. Esto se debe a que la relación entre el culto de dulía y el culto de latría es meramente analógica, y es esta la matiz teológica y semántica que debemos tener en cuenta.
Según santo Tomas de Aquino, el culto de dulía y el culto de latría tienen objetos formales distintos. La virtud de la justicia nos obliga a dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. Según el Doctor Angélico, el objeto formal de latria es la virtus religionis (la virtud de la religión). En otras palabras, a Dios le corresponde la adoración, la alabanza, la oración, el sacrificio, la oblación, los votos y la sumisión absolutos (Catecismo de la Iglesia católica, 2097).
Por otro lado, el objeto formal de la dulía es la virtus observantiae (la virtud de la observancia). En otras palabras, es la virtud por la que respetamos y honramos a aquellas personas constituidas en dignidad. El culto de dulía a los santos incluye la veneración y la invocación. La veneración es el respecto, el honor y la reverencia que mostramos a los santos por lo que Dios ha hecho a través de ellos. Dios mismo resplandece a través de ellos.
Hay varios pasajes en la Sagrada Escritura que nos exigen honrar a ciertas personas. Por ejemplo, el cuarto mandamiento no obliga a honrar a nuestro padre y nuestra madre (cf. Levítico 19,3; Deuteronomio 5,16; Mateo 15,4; Lucas 18,20; y Efesios 6,2-3). San Pablo también nos exhorta a dar respeto y honor a quien se le debe (Romanos 13,7). Por lo tanto, si podemos honrar a determinadas personas en la tierra, con mayor razón podemos honrar a los santos que están en el Cielo con Dios debido a que Dios los ha investido de dignidad.
En la veneración también reconocemos las virtudes heroicas (como la humildad y la sumisión total a Dios) y el testimonio de fe de los santos, que estamos llamados a imitar. Pero algunos protestantes sostienen que no necesitamos ningún modelo más que el de Cristo. Sin embargo, eso no es lo que san Pablo nos pide: “Sean mis imitadores, como lo soy de Cristo” (1 Corintios 11,1).
Además, la Iglesia enseña que podemos acercarnos a los santos para pedirles su intercesión, ya que, como afirma san Pedro, Dios escucha la oración de los justos, puesto que están en la presencia beatifica de Dios y llevan nuestras oraciones ante Él (1 Pedro 3,10; Apocalipsis 5,8). Segun la Sesión XXV del Concilio de Trento:
Los santos que reinan juntamente con Cristo, ruegan a Dios por los hombres; que es bueno y útil invocarlos humildemente, y recurrir a sus oraciones, intercesión, y auxilio para alcanzar de Dios los beneficios por Jesucristo su hijo, nuestro Señor, que es sólo nuestro redentor y salvador; y que piensan impíamente los que niegan que se deben invocar los santos que gozan en el cielo de eterna felicidad; o los que afirman que los santos no ruegan por los hombres; o que es idolatría invocarlos, para que rueguen por nosotros, aun por cada uno en particular; o que repugna a la palabra de Dios, y se opone al honor de Jesucristo, único mediador entre Dios y los hombres; o que es necedad suplicar verbal o mentalmente a los que reinan en el cielo.
También el culto de dulía se debe a los ángeles por su privilegio especial de contemplar y estar cerca de Dios. Ahora bien, la teología católica distingue entre dulía absoluta y dulía relativa. El culto de dulía absoluta se debe a la persona del santo y el culto de dulía relativa se debe a las reliquias y las imágenes sagradas. Esto lo explica santo Tomas de Aquino de la siguiente manera:
De donde resulta claro que quien ama a una persona, venera también sus restos después de su muerte; y no sólo su cuerpo o partes del mismo, sino incluso objetos extrínsecos a ella, como los vestidos y cosas parecidas. Es, pues, evidente que debemos venerar a los santos de Dios, como miembros de Cristo, hijos y amigos de Dios e intercesores nuestros. Y, por tanto, debemos venerar dignamente cualquier reliquia suya, y en memoria de los mismos; especialmente sus cuerpos, que fueron templo y órganos del Espíritu Santo, que habitó y actuó en ellos, y que están destinados a configurarse con el cuerpo de Cristo por medio de la gloria de la resurrección. Por eso el propio Dios honra oportunamente estas reliquias, realizando milagros ante la presencia de esos cuerpos (Summa theologica, 3a, cu. 25, art. 6).
Por último, es importante aclarar que, como explica el padre Joseph Pohle, S.J., las imágenes y las reliquias son una ayuda visual para recordar a los ángeles y los santos. Por lo tanto, debido a que son objetos inanimados, pueden ser venerados más no se les puede invocar.
Culto de hiperdulía
Al culto de veneración que le damos a la Santísima Virgen María se le llama hiperdulía, que denota un grado superior al culto de dulía. El culto de hiperdulía debe entenderse en relación con el culto que debemos a los demás santos de Dios (dulía). No obstante, el culto de veneración a la Virgen María implica un mayor respecto, amor, honra y reverencia por ser la Madre de Dios.
Como jamás podrá compararse ninguna creatura con su Creador, tampoco podrá jamás compararse a la Virgen María con Dios. Si bien ella fue predestinada desde toda la eternidad como Madre del Verbo encarnado y fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original, la Virgen María es una criatura finita. Por lo tanto, el honor que le corresponde a ella es fundamentalmente distinto del culto de latría que se le debe al Creador infinito. Según santo Tomas de Aquino:
En consecuencia, por ser la Santísima Virgen una pura criatura racional, no le es debida la adoración de latría, sino sólo la veneración de dulía; de forma más eminente, sin embargo, que a las demás criaturas, porque ella es la Madre de Dios. Y por eso se dice que se le debe no cualquier dulía, sino la hiperdulía (Summa theologica, 3a, cu. 25, art. 5).
A fin de entender aún más el culto de veneración a la Virgen María, voy a citar a continuación lo que enseña la Iglesia misma en el numeral 66 de Lumen gentium:
María, ensalzada, por gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los ángeles y de todos los hombres, por ser Madre santísima de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo, es justamente honrada por la Iglesia con un culto especial. Y, ciertamente, desde los tiempos más antiguos, la Santísima Virgen es venerada con el título de “Madre de Dios”, a cuyo amparo los fieles suplicantes se acogen en todos sus peligros y necesidades. Por este motivo, principalmente a partir del Concilio de Éfeso, ha crecido maravillosamente el culto del Pueblo de Dios hacia María en veneración y en amor, en la invocación e imitación, de acuerdo con sus proféticas palabras: “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi maravillas el Poderoso» (Lc 1, 48-49). Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia, a pesar de ser enteramente singular, se distingue esencialmente del culto de adoración tributado al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo.
Por último, quiero mencionar que también en la Iglesia hay un culto particular a san José llamado protodulía o veneración al patriarca San José por ser padre putativo de Jesús, pero ciertamente no está por encima de la hiperdulía y mucho menos de la latría.
En este articulo solo quería hacer mención de las distintas formas de culto según las distinciones que hace teología católica. En un artículo posterior veremos las muchas pruebas de la Sagrada Escritura sobre la veneración a los santos y su intercesión por nosotros.