¿Qué es el Sacramento del Matrimonio?
Una breve introducción catequética al Sacramento del Matrimonio
Los reformadores protestantes, en particular Calvino y Lutero, negaban la sacramentalidad del matrimonio; es decir, rechazaban el dogma de que el matrimonio es un sacramento. Por ejemplo, Lutero consideraba el matrimonio como “una cosa externa y mundana, como la ropa y la comida, la casa y el hogar, sujeto a autoridad mundana”. A la luz de ello, en el primer canon de la sesión XXIV, el Concilio de Trento declaró que el matrimonio es uno de los siete sacramentos instituidos por Cristo:
Si alguien dijera que el matrimonio no es verdadera y propiamente uno de los siete sacramentos de la ley evangélica, instituido por Cristo Nuestro Señor, sino que fue inventado en la Iglesia por los hombres, y no confiere gracia, sea anatema.
El tema del Sacramento del Matrimonio es hermoso y extenso, y hay mucho que decir al respecto. Estaría fuera del alcance de este artículo tratar de abarcar toda la teología del presente tema. Por eso, a continuación, vamos a centrarnos únicamente en los aspectos catequéticos generales de lo que enseña la Iglesia sobre el matrimonio como sacramento.
Algunos de estos aspectos incluyen el origen divino del matrimonio, la institución del matrimonio como sacramento por Jesucristo (que incluye pruebas de la Biblia), los dos fines del matrimonio, los elementos necesarios para la celebración válida del sacramento en la Iglesia católica, quiénes son los ministros, sujetos y testigos del sacramento, así como las propiedades intrínsecas del sacramento y los efectos de este.
¿Qué es un sacramento?
Primero lo primero. Es importante repasar qué entiende la Iglesia por sacramento. Según el Catecismo, los sacramentos “son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina” (CIC, 1131). Los sacramentos también se pueden entender como signos sensibles o externos de la gracia interior, instituidos por Cristo mismo, para nuestra santificación y salvación.
Son signos sensibles porque pueden percibirse a través de los sentidos. Recordemos que el hombre es una unidad sustancial de alma espiritual y cuerpo. No solo somos seres espirituales (de lo contrario, seriamos ángeles), sino que también tenemos un cuerpo físico y material. Por lo tanto, Dios dispuso dispensarnos la gracia, que es una realidad invisible, a través de elementos, palabras, materiales o acciones que nosotros podemos percibir o comprender con la razón.
Por otra parte, los sacramentos son signos eficaces porque no solo significan la gracia, sino también la contienen y la confieren. En otras palabras, no son meros signos, sino que causan la gracia santificante en las almas de las personas por solo el hecho de realizarse (ex opere operato) en virtud de los méritos de la pasión de Cristo, quién los instituyó. Es Cristo mismo que se hace presente de forma personal y nos santifica a través de ellos. También decimos que los sacramentos están orientados a nuestra salvación, ya que son la continuación de las obras y acciones salvíficas que Cristo realizó durante su vida pública.
Los sacramentos siempre confieren la gracia que contienen, cuando se celebran de forma válida, pero la recepción y la fecundidad de la gracia en el alma depende de las disposiciones internas del que los recibe (ex opere operantis). Es por eso que es importante prepararnos, en especial por medio del Sacramento de la Reconciliación, al recibir un sacramento, de tal modo que la gracia de Dios fecunde nuestra alma.
Por último, todos los siete sacramentos fueron instituidos por Cristo (Dios-hombre) durante su vida pública. También esta declaración es parte del dogma que los católicos están obligados a creer. No son un invento de la Iglesia, como declaró el Cincilio de Trento. Por lo tanto, la Iglesia no puede cambiarlos ni eliminarlos, ya que Cristo se los confió para nuestra salvación y santificación. La Iglesia los recibe, los resguarda y los administra fielmente.
El origen divino del matrimonio
El matrimonio no fue instituido por los hombres, sino por Dios (CIC, 1603). A pesar de lo que muchas personas creen, el matrimonio no es una construcción social ni puede reducirse a un mero contrato legal, sujeto a las normas y expectativas culturales que determinan qué es y quién puede casarse. La primera concepción es un error del modernismo y la segunda del protestantismo.
El fundamento bíblico en el que la Iglesia se basa para afirmar esta verdad es en Génesis 1,27-28: “Dios creó al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó. Y los bendijo Dios con estas palabras: ‘Sean fecundos y multiplíquense, y llenen la tierra’”. Dios creó al ser humano; por lo tanto, el hombre y la mujer tienen la misma dignidad ante Dios (CIC, 1604). Sin embargo, existe una diferencia sexual y reproductiva que se manifiesta en los cuerpos del hombre y de la mujer.
A su vez, esta diferencia biológica hace posible una complementariedad y comunión corporales y espirituales entre el hombre y la mujer, que es necesaria para cumplir el mandato que Dios les dio de procrear y multiplicarse. El libro del Génesis también indica que Dios los bendijo y, a través de esta bendición, Dios instituyó el matrimonio como una institución natural, monógama y permanente.
El matrimonio es algo sagrado, ya que proviene de Dios, y los esposos son colaboradores al participar del poder divino de crear la vida. En la misma naturaleza humana está inscrito el deseo de amar y entregarse de forma total. Este deseo es lo que lleva a los esposos a procrear para perpetuar la especie humana.
La institución del matrimonio como sacramento
Debido a la caída de Adán y Eva, el pecado entró al mundo y, como consecuencia, el matrimonio sufrió sus efectos y se desvió en parte del plan original de Dios (CIC, 1606). Sin embargo, Cristo restauró el matrimonio instituido y bendecido por Dios y lo elevó a la dignidad de sacramento (CIC, 1614).
El fundamento bíblico se encuentra en Mateo 19,4-6: “Él respondió: ‘¿No han leído que el Creador, desde el comienzo, los hizo varón y hembra, y que dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y los dos se harán una sola carne? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre”. Jesucristo remite a los fariseos al principio, es decir, al plan original de Dios en el que instituyó el matrimonio como una alianza indisoluble y exclusiva entre un hombre y una mujer unidos por Él.
También el primer milagro que Jesús realizó durante su vida pública tiene un profundo significado teológico. En Juan 2,1-11 se narra que Jesús convirtió agua en vino en la Bodas de Caná. La tradición de la Iglesia ha considerado que en este pasaje Jesús reconoce y santifica el matrimonio. Por último, San Pablo, en Efesios 5,32, establece que el matrimonio entre un hombre y una mujer es el reflejo de la unión perfecta entre Cristo y su esposa, la Iglesia (CIC, 1616-1917). También en 1 Corintios 7,39, San Pablo resalta el carácter religioso del matrimonio que debe ser “solo en el Señor” y, en 1 Corintios 7,10, resalta el carácter indisoluble de este.
A la luz de estas pruebas bíblicas, la Iglesia define el Sacramento del Matrimonio de la siguiente forma:
La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados (CIC, 1601).
Dicho de otro modo, el matrimonio es una unión entre un hombre y una mujer, que, por su naturaleza, conlleva una unión integral de voluntad (consentimiento) y cuerpo (acto conyugal). Es aquí donde se pone de relieve la diferenciación y complementariedad sexuales del hombre y la mujer. Además, esta unión está ordenada a la procreación de los hijos (fin procreativo) y a la unidad y la perfección de los cónyuges (fin unitivo).
Además, el matrimonio conlleva un compromiso permanente (de toda la vida) y exclusivo (monogamia), así como el compartimiento y la educación de la vida familiar. Por último, recordemos que, como sacramento, el matrimonio es medio de salvación y santificación a través del cual Cristo se hace presente y da las gracias necesarias a los esposos para cumplir su misión y responsabilidades.
Los dos fines del matrimonio
Profundicemos un poco más en los dos fines del matrimonio, a saber, el fin procreativo y el fin unitivo. Para ello, es importante entender un concepto fundamental, a saber, la “teleología” (no es lo mismo que teología). En metafísica, la teleología trata sobre las causas finales, es decir, los fines o propósitos de algún objeto o ser.
Dicho de otro modo, todo lo que existe en la naturaleza está creado u ordenado a un fin y no puede alcanzar su plenitud si no cumple con tal fin o si se desvía de este. La teleología no ayuda a, y es necesaria para, comprender la realidad. Por ejemplo, una oruga o lava está “ordenada” o destinada a convertirse en una mariposa; una bellota está “ordenada” o destinada a convertirse en un roble; y un niño está “ordenado” o destinado a convertirse en un adulto. Solo cuando la oruga, la bellota y el niño cumplen su fin para el que fueron creados pueden alcanzar su plenitud.
Ahora bien, todas nuestras capacidades y facultades humanas tienen un fin específico, o un telos en términos aristotélicos, al que están naturalmente ordenadas. El acto conjugal tiene un fin especifico, es decir, está creado para algo. Está creado u ordenado a la procreación de los hijos y a la unidad y la perfección de los cónyuges. Solo cuando el acto conjugal cumple estos dos fines alcanza su plenitud y puede considerarse bueno desde el punto de vista moral. El placer es un elemento importante del acto conjugal, pero no es su fin último. Decir que el acto conjugal está hecho para el placer es reducirlo al hedonismo.
Por otra parte, si algo impide o separa los fines procreativo y unitivo del acto conjugal, tal cosa actúa contra la naturaleza y es moralmente mala. Por lo tanto, como afirmó el papa Pablo VI, “cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida” (Humanae vitae, 11). Dicho de otra manera, la pareja debe estar abierta a la procreación y a la vida y debe evitar cualquier método anticonceptivo porque la anticoncepción impide que el acto conyugal logre los fines procreativo y unitivo a los que está naturalmente ordenado. La anticoncepción se opone y viola estos dos fines; es por ello que es un pecado mortal.
Ciertamente, existen circunstancias en las que las parejas pueden decidir espaciar el nacimiento de un niño durante algún tiempo o por tiempo indefinido, siempre y cuando permanezcan abiertas a la transmisión de la vida en todo momento. En este caso, la Iglesia enseña que los cónyuges pueden optar por la planificación natural familiar, como modo de ejercer la paternidad responsable, siempre y cuando existan razones justificadas, tales como condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales (Humanae vitae, 10).
La planificación familiar natural es un método moral, natural y científico de planificación familiar que puede ayudar a una pareja a lograr, o bien, espaciar un embarazo según las fases fértiles e infértiles del ciclo menstrual de la mujer. Ahora bien, es importante mencionar que es también inmoral utilizar la planificación natural familiar con una mentalidad anticonceptiva o antivida. El fin procreativo implica estar siempre abierto a la vida, incluso si se decide, por razones justificadas, espaciar un nuevo nacimiento con el medio natural.
Los elementos para la celebración válida del sacramento
Un sacramento consiste en materia y forma (signo) y el ministro que lo realiza con la intención de hacer lo que hace la Iglesia. La forma son las palabras que al hacerlo se pronuncian. Por ejemplo, en el Sacramento del Bautismo, la forma es: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Por otra parte, la materia es la realidad o acción sensible. En el ejemplo del Bautismo, la materia es el agua natural, la cual se debe derramar (infusión) o sumergir (inmersión) al mismo tiempo que se dice la forma. Por último, el ministro es la persona que administra el sacramento.
En el Sacramento del Matrimonio, la materia remota son los mismos contrayentes y la materia próxima es la donación total y recíproca de los esposos; el hombre y la mujer se donan y entregan en totalidad. La forma es el “Sí” (el consentimiento), que significa la aceptación recíproca de ese don personal y total (CIC, 1626). El intercambio de consentimientos se concretiza por medio de una fórmula:
Yo, [N], te recibo a ti, [N], como esposa (o esposo) y me entrego a ti y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad y, así, amarte y respetarte todos los días de mi vida.
Por medio de esta declaración pública y solemne de entrega total, consumada después en el acto íntimo de entrega corporal, los esposos se constituyen el uno para el otro. Es importante mencionar que el consentimiento debe ser libre y total para el sacramento sea válido (CIC, 1628). También es importante mencionar que la celebración del sacramento tiene lugar normalmente en la Santa Misa, ya que “conveniente que los esposos sellen su consentimiento en darse el uno al otro mediante la ofrenda de sus propias vidas, uniéndose a la ofrenda de Cristo por su Iglesia” (CIC, 1621).
Los ministros, sujetos y testigos del sacramento
En el Sacramento del Matrimonio, los ministros son los propios cónyuges. Él y ella lo confieren y lo reciben al mismo tiempo (CIC, 1625). Si bien los esposos son los verdaderos ministros de este sacramento, la Iglesia requiere que el consentimiento conyugal sea pronunciado frente a un testigo autorizado por la Iglesia, ya sea un obispo, un sacerdote o un diácono, y frente a la comunidad cristiana u otros testigos.
El clérigo, en nombre de Cristo y de la Iglesia, ratifica el consentimiento mutuo, bendice el matrimonio, testifica la alianza matrimonial y ministra las solemnidades del rito (CIC, 1630). Por último, los sujetos que pueden recibir este sacramento son los católicos bautizados que no tengan ningún impedimento natural ni canónico.
Las propiedades del sacramento
La primera propiedad intrínseca del matrimonio es la unidad (CIC, 1644). El matrimonio es la unión de un solo hombre con una sola mujer: “Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se adherirá a su mujer, y vendrán a ser los dos una sola carne" (Génesis 2,24). La poligamia se opone a la naturaleza del matrimonio.
La segunda propiedad es la indisolubilidad; es decir, el vínculo conyugal no puede desatarse jamás: “Lo que Dios unió no lo separe el hombre” (Mateo 19,6; 5,32; Lucas 16,18). Por lo tanto, el divorcio está prohibido (CIC, 1644). La indisolubilidad se deriva del consentimiento libre y total.
La recepción de la otra persona no es totalmente verdadera si uno no acepta ser totalmente para la otra persona. Dicho de otro modo, para recibir a la otra persona de forma total y verdadera, uno tiene que estar dispuesto a entregarse de forma total y verdadera a la otra persona. Esta totalidad implica tanto la entrega total de uno mismo para toda la vida, así como la renuncia a la posibilidad de recovar el don de sí mismo.
Imagínate que le entregas un regalo a una persona y luego cambias de parecer y decides quitárselo. Es algo inaceptable. El mero hecho de entregárselo implica renunciar a él para siempre. Así también en el matrimonio: al pronunciar la formula del consentimiento, las personas se entregan y se reciben de forma total e irrevocable; es por eso que el vinculo matrimonial es indisoluble.
Debido a que la naturaleza del consentimiento requiere la renuncia a la opción de revocarlo, el consentimiento sólo puede ser ofrecido una sola vez y para toda la vida, hasta que la muerte los separe. A la luz de estas breves consideraciones, la indisolubilidad (la incapacidad de ser disuelto), es la verdad de donarse. Dios ha querido que fuese así por varios motivos: por el bien de los hijos; por el bien, la felicidad y la seguridad de los conjugues; y por el bien de toda la sociedad humana, ya que la humanidad se compone de familias.
Los efectos de sacramento
El Sacramento del Matrimonio confiere la gracia necesaria para alcanzar la santidad en la vida conyugal (CIC, 1641). Confiere la gracia necesaria para acoger y educar responsablemente a los hijos. Crea entre los cónyuges un vínculo perpetuo y exclusivo. También permite que el amor conyugal sea fecundo y esté orientado a la vida sobrenatural. Por último, quiero terminar citando las palabras de san Josemaría Escrivá:
El matrimonio está hecho para que los que lo contraen se santifiquen en él, y santifiquen a través de él: para eso los cónyuges tienen una gracia especial, que confiere el sacramento instituido por Jesucristo. Quien es llamado al estado matrimonial, encuentra en ese estado —con la gracia de Dios— todo lo necesario para ser santo, para identificarse cada día más con Jesucristo y para llevar hacia el Señor a las personas con las que convive (énfasis agregado).